domingo, 22 de febrero de 2009

Artificios


Hay edificios simbólicos que ilusionan a ciudades enteras. Las sitúan en mapa internacional de urbes donde algún gran arquitecto deja huella. Incluso compiten entre sí para albergar en sus fauces a un posible Pritzker.

Sin embargo, conseguir que los nuevos edificios o que imaginativas reformas del espacio público revitalicen un barrio en concreto, no se alcanza a menudo. Barcelona, tantas veces criticada por su artificialidad, por exponerse cual escaparate ante una sufrida masa de espectadores, está consiguiendo ese difícil equilibrio. Si ya empleó los Juegos Olímpicos para terminar de (re)construirse a sí misma y la excusa del Fòrum sirvió para descubrir que la Diagonal llegaba al mar, el afán arquitectónico no ha parado en ningún momento.

Uno no puede dejar de mirar con la boca abierta a la Torre Agbar, de Jean Novel. Este supositorio gigante impulsó la renovación de una decadente y peligrosa zona industrial. El menos conocido Dominique Perrault es el autor del cercano y flamante Hotel Me, que tiene la virtud de desdibujarse cuando el cielo catalán está limpio, al igual que ocurre con la nueva sede de Gas Natural. Un ejemplo espectacular lo constituye el Macba. Richard Meier supo integrar a la perfección la blanca austeridad del museo en el seno de un barrio conflictivo que desde entonces ha tomado un cariz de modernidad social y cultural que lo han puesto de moda. Para comprobarlo, no hay más que pasear por la Rambla del Raval y observar la mole metálica oval del recién inaugurado Hotel Barceló.

Siempre se podrá discutir la estética e incluso habrá quien pueda calificar estos gestos como propios del imperio especulador que rige este país. Pero los resultados de dichas actuaciones se enfocan más bien hacia una línea democratizadora de la ciudad. Estos proyectos no dan la espalda a la persona, sino que reconcilian con el entorno. Incluso poder admirarlos desplazándote entre ellos cómodamente en bici, dice ya bastante de este modelo de hacer ciudad.

domingo, 15 de febrero de 2009

Hasta aquí ha llegado



Me decía el otro día un taxista que la cosa está muy mala, que el negocio se había reducido un 50%. Desde mi ignorancia, le sugerí si su mala situación podía deberse al indecente incremento de las tarifas, en un momento en el que la inflación general, y los combustibles en particular, se encuentran en mínimos históricos. Sin embargo, su análisis se enfocó en que las empresas eran sus principales clientes y habían cortado el grifo de todo gasto prescindible. El hombre se quejaba con amargura, además, de que las cuatro perras que llevaba a casa se las gastaba su mujer en reformar la cocina.

El taxista también sentenció después, con una inmensa sabiduría, cercana a la videncia, que los almendros son los árboles más tontos del mundo. Argumentaba que en cuanto sienten unos rayos de sol ya brotan, pero que luego siempre acaba con ellos una impertinente helada. Ya verás, comentaba, como, si sigue haciendo así, en unos días los veremos florecer. Y ayer ocurrió, con la venia de las benditas Azores.

En cuanto el almendro florece, ya se puede adelantar que ha finalizado el invierno. Quizá no lo haya hecho en el calendario, ni siquiera meteorológicamente, pues seguro que todavía nos queda por delante alguna nevada de ésas que ya no nos sorprenden. Pero ya hay ganas de que termine. Así que lo doy oficialmente por cerrado. Queda inaugurado un nuevo tiempo.