viernes, 9 de septiembre de 2011

No nos falles


Aquel 14 de Marzo llegué tarde, como de costumbre. Todavía no estaba empadronado en Madrid, por lo que regresaba de Palencia en el tren, pues siempre me pareció demasiado aséptico votar por correo. Mientras escuchaba los primeros resultados electorales e Iñaqui Gabilondo no terminaba de dar crédito a lo que estaba pasando, la gente ya se comenzaba a aglomerar en la calle Ferraz. Sin embargo, el trío la la la llegamos cuando ya celebración oficial ya había finalizado y la muchedumbre se retiraba hacia las calles adyacentes. Pero nos dio tiempo a observar los mensajes que mayoritariamente se intentaban transmitir al que estaba destinado a gobernarnos durante los siguientes cuatro años. Las pancartas más abundantes decían "No nos falles". He captado el mensaje, creo que respondió él.

Fuimos fundamentalmente los que éramos jóvenes entonces los que depositamos una gran expectación ante el cambio que se acababa de producir. Al fin y al cabo, el periodo anterior fue tan memorablemente absurdo que, a nuestro parescer, cualquiera tiempo futuro sería mejor. Hablábamos de mayor respeto hacia la ciudadanía en general, hacia sus necesidades verdaderas. Queríamos que no nos tomaran el pelo ni se inventaran falsas polémicas que desviaran la atención de lo que de verdad era importante. Deseábamos ver a un humano en la presidencia del gobierno. Todo ello a pesar de que en las muy interesantes comidas con el hermanísimo y marqués consorte pronto aventuramos que a los socialistas les había tocado la putada de siempre: lidiar con la hecatombe socio-económica que se avecinaba sin ninguna duda.

Las primeras medidas, los primeros tiempos, supusieron casi un orgasmo emocional. No parecía posible que el Poder se estuviera ejerciendo de forma tan noble, cercana, razonable y, sobre todo, coherente con la integridad personal de quien lo ostentaba. Dejando de lado todo un devenir cargado de vicisitudes varias, llegamos al momento actual. Creo que nadie es tonto y entiende perfectamente las circunstancias excepcionales que estamos atravesando. Una gravísima crisis (de confianza o psicológica, en primer lugar) que ha derivado en el rendimiento definitivo de la política ante las directrices del economicismo neoliberal más recalcitrante. Se podían haber adoptado medidas más radicales, tales como prohibir agencias de calificación, que juegan, literalmente y siendo parte interesada, con el bienestar de millones de ciudadanos sin el menor escrúpulo. No voy a enumerarlas. Por el contrario, se ha cedido al chantaje de lo que ahora llaman los mercados, como si éstos de verdad estuvieran movidos por la mano invisible de la que hablaba el maestro. Algunos dirigentes de instituciones internacionales y de países extranjeros también deben formar de ese conglomerado del que emanan tantas bienaventuranzas. Y así introducimos con agosticidad una cláusula en la Constitución que acaba, por la vía de urgencia y sin debate, con una polémica que lleva circulando en el ámbito académico económico durante los últimos 80 años.

Estoy convencido del dolor que te habrá causado el tomar determinadas decisiones recientes. Incluso es probable que, con el tiempo, todo esto se valorará desde otra perspectiva y saldrás mejor parado. Pero, recuerda, no os fallaré, dijiste, compañero.


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