sábado, 7 de enero de 2012

España, Octubre de 2015 (y II)



Nos hemos quedado muy solos. Ha sido más de lo mismo, de lo de siempre, de la misma inutilidad que jamás nos ha llevado a nada, por mucho que nos haya dado sospechos frutos a muy corto plazo. No sabíamos cómo hacer pagar a los perjudicados por la crisis y, por eso, hemos puesto a gobernar a sus causantes.

Empezando por el ladrillo. Otra vez recurriendo a la construcción como reclamo de modelo de crecimiento, con trabajo fácil de escasa calidad y menor productividad. Apenas llevó dos años acabar con el ingente parque de viviendas sobrantes, gracias a las ventajas fiscales asociadas a la compra y la eliminación de los privilegios del alquiler. Se vuelve a edificar y se han reanudado magnos programas de urbanización de barrios enteros. Comenzaron a construirse nuevas sedes de registros, concejalías adjuntas, secretarías de evaluación, consergerías de información y otras instituciones de suma importancia porque los funcionarios ya no cabían en sus anteriores ubicaciones. No llegaron a pensar que quizá eran ya demasiados y por eso no cabían. Mientras tanto, siguen chupando del bote los de siempre. Mejor dicho, más todavía. Nadie se ha querido mover para poder seguir saliendo en la foto.

Por lo demás, a las grandes empresas no les ha ido tan mal. Los trabajadores simplemente han estado acongojados ante el rosario de reformas que les ha reducido derechos e impuesto nuevas obligaciones hacia Hacienda. Está el percal como para hacer el tonto y jugarse el puesto. Perder el trabajo es también probablemente perder la salud. La sanidad pública ha pasado a ser una sanidad de pobres y a este ritmo se terminará por reconvertirse en una pobre sanidad. No critico las deducciones por los seguros médicos privados, pero han venido acompañados de recortes masivos en centros de salud y hospitales de referencia, que ya no garantizan una asistencia certera en caso de no estar cotizando.

Recortes ha sido la palabra de moda. Ya nos han venido preparando los medios de comunicación a lo largo de meses, años quizá, para decirnos desde el desayuno que la cosa estaba muy mal y que a partir de ahí se podía justificar casi cualquier medida. Parece que el fin de la política es el recorte en sí mismo. Ya no se sabe muy bien para qué. En contraposición, la economía sumergida brilla cada vez con más fuerza, de manera que se pueda evitar una presión fiscal ya asfixiante.

Decenas de miles de jóvenes recién titulados han emigrado hacia otros países, fundamentalmente de habla inglesa. El desánimo generalizado por las escasas posibilidades de encontrar un trabajo decente remunerado en más de 1000 euros ha dado el último empujón a una generación que reniega de su propio país y que no asigna recursos para apoyar sus ideas empresariales. Quedarse aquí tampoco es la mejor opción. El matrimonio homosexual ha sido reenfocado hacia una suerte de unión civil con efectos únicamente contractuales. Parece además que la Iglesia, más concretamente sus sectores más reaccionarios, dicta la política educativa. Correr queda, pues.

Y poco más que decir, puesto que no ha cambiado nada, salvo lo que en la primera década del nuevo siglo se había desviado de la senda señalada por nuestro señor. Total, la crisis fue heredada, de dimensiones internacionales y peor de lo que nos estaban contando. Tampoco podíamos haber hecho mucho más.

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