viernes, 5 de diciembre de 2008

No sé si podré terminar


Desde la ventana de aquel autobús, probablemente fui consciente por primera vez de que algo no se desenvolvía con naturalidad en mi vida. Volvía ya a casa, después de una mañana en la Universidad, en Valladolid. Les vi cruzar la calle y no pude dejar de seguirle con la mirada. Me sentí extraño, aunque no supe precisar por qué.

Cuando apareció por la facultad varias semanas antes para buscar a su novia, me quedé sin capacidad de proseguir con la conversación hacia mis compañeras. Algo se revolvió dentro de mí, pero la burbuja de la que me rodeaba me impedía llegar a discernirlo. Ya está, decidí, esto me pasa porque quiero ser como él, así de guapo, con aire de chico listo, su estilo, su cuerpo... Para mí era lo fácil.

Desde entonces, me fui acercando más a su novia, que me parecía una tía de lo más agradable. Con el pretexto de contarle cosas de su próximo destino Erasmus, donde mi mejor amigo llevaba un año pataleando, pasamos algunos ratos juntos, sin llegar a ninguna relación cercana. Cuando él volvía a hacer presencia, siempre era motivo de trastorno para mí. Nunca llegué a hablar con él. Mi compañera finalmente se fue al extranjero y él lo pasó mal. Sin embargo, siguió saliendo, divirtiéndose, lo normal para un chico de 21 años. Una noche bebió más de la cuenta e hizo algo que en otras condiciones de mayor control no se le hubiera ocurrido: se enrolló con otra. Lo que sentía hacia su pareja era tan fuerte que no pudo soportar la idea de afrontar el contárselo. Antes de que ella regresara, se tiró por la ventana de su casa y se mató.

Hacer las cosas bien no es fácil. Tratar con las personas a las que quieres recome a veces el alma. Cometemos actos que nos complican más allá de lo esperado. No he encontrado aún el arte del término medio, ese equilibrio que ayuda a mantenerse estable dentro de esa emoción vital que tú tan bien conoces.

1 comentario:

AOG dijo...

Esto pasó en serio? Pobrecito. Menudo dramón.