domingo, 22 de marzo de 2009

Desahogos



Sí, es cierto, soy seco. No es novedad. Me molestan muchas actitudes, normalmente empezando por las mías. Por ejemplo, me desquicia la señora que intenta abrir el caramelo en medio de una obra de teatro. También aborrezco a los virtuosos de la tos, que evidencian sus habilidades guturales entre un movimiento y otro de cualquier sinfonía. Por no hablar de la del abanico, que no para de golpearse el pecho derecho en el asiento de al lado durante todo el trayecto del tren. O las parejas, tríos y cuartetos que caminan a pasitos ocupando todo el ancho de la acera. La gente va de por libre por la vida.

Otras escenas simplemente no las puedo entender. Como los ciudadanos que se desplazan con calma en plena hora punta. Y esto me sucede especialmente en el segundo tramo de escaleras que conectan las líneas dos y diez del metro en la estación de Plaza de España. ¿Cómo es posible que a las siete de la mañana alguien pueda esperar plácidamente a que las mecánicas le acerquen a su destino?

Pero hay sobre todo una cosa que no puedo soportar. Me he intentado tratar de ello, pero no consigo remediarlo. Los cuerpos semidesnudos al comienzo de la primavera deberían estar definitivamente prohibidos.

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