sábado, 23 de abril de 2011

El lamento de lo lamentable



Imaginen ustedes una ciudad con cierto atractivo turístico que durante las últimas décadas se dedica a destruir su patrimonio histórico en aras de la modernidad.

Piensen que esa ciudad quiere promocionar su Semana Santa hasta el punto de que sea declarada de interés turístico internacional. Pero que, en lugar de pasear por las calles esculturas añejas de gran valor histórico-artístico, se dedican a diseñar adefesios que no se los colocaría ni al peor enemigo. Las otras figuras, mientras tanto, se ocultan en la oscuridad de alguna iglesia, cubiertas de polvo y humedad, carcomidas por el abandono.

Supongan que además posee una catedral que no puede resultar más desconocida. Y que quiere conservar su calificativo porque ni las luces interiores se encienden cuando decenas de extraños ocupan su capillas. Mejor que no saquen las linternas, pues apreciarían que las puertas de acceso a las zonas más significativas se encuentran cerras a cal y canto.

Reflexionen acerca de la carencia de feria gastronómica alguna o sobre la ausencia de alguna exposición de entidad en una zona que sólo puede vender cultura. Curiosa también la inexistencia de un programa musical o de cierta representación teatral que sirva para acompañar al visitante en estas fechas.

Si a pesar de todo algún turista despistado se atreve a acercarse a esa ciudad, será recibido con todos los comercios cerrados. Apenas tres días al año los hoteles se llenan, pero sus ocupantes no se llevarán ningún recuerdo, porque las dos tiendas típicas que existen cierran por estos días. Por un lado, las instituciones prohíben la apertura. Por otro, los comercios que tienen libertad de horarios, optan por echar el cerrojo, no sea que los de las procesiones se sientan ofendidos. Gran mentalidad empresarial, sin duda. Allá se pudran.

Cada uno tiene lo que se merece. ¡Un poco más de fuerza, por favor!


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