viernes, 22 de mayo de 2009

Taladros


Con la excusa de la repentina incorporación a mi anodina vida de la primera bolsa de aire sahariano de la temporada, me he rapado el pelo. Hacía calor, sudaba mucho en el gimnasio y mis rizos ya no son los anillos dorados que me adornaban cuando era preescolar (para regocijo de mi madre). Como de costumbre, mi peluquero me hizo lo que quiso, aunque esta vez le pareció oportuno otorgarme un cierto toque de modernidad, plasmado en un atisbo de flequillo.

A mis compañeros no les ha gustado el nuevo look. Pero tengo tantas armas con las que contraatacar que, en seguida, les he hecho callar. En el fondo, me gusta el nuevo peinado. Es un cambio. Además, disimula las cada vez más pronunciadas entradas. Quizá sea el primer signo de deterioro físico, que pude también corroborar al observar cómo la sábana oscura que me cubría mientras me cortaba el pelo quedaba plagada de espeluznantes filamentos blanquecinos.

Las evidencias espirituales son todavía mayores. Me han llegado a decir que en los últimos tiempos luzco una apariencia... diferente. Sí, claro, he envejecido, y de la peor forma. De un día para otro. Porque creo reconocer que uno se hace mayor justo en el momento en el que descubre que la vida es una auténtica putada.

Por cierto, estos primeros sofocos han llevado a la eclosión de los huevos de mis queridas huéspedes, las polillas africanas. Gracias a los gusanos que tan amablemente me prestan, mis geranios están echados a perder. Estoy harto de los chupa savias.


1 comentario:

Vulcano Lover dijo...

Cuando empiezas a decirlo es cuando te haces realmente viejo...

habrá que ver el peinado ese... la semana que viene te doy mi opinión.

bico