domingo, 10 de mayo de 2009

Turistas españoles


Dos senderos serpenteantes pavimentados con teselas blancas muy irregulares vertebran el parque del Casino de la Reina. Se trata del mismo material que alfombra Lisboa entera.

Resulta complicado describir la sensación de sentarse junto a un murete para leer a Saramago, disfrutando del tibio sol del atardecer que penetra sin vacilación bajo la piel todavía embadurnada de invierno. Los gritos de los niños, que llegan entusiastas desde los juegos del fondo, impregnan de color el ambiente. Al lado pasean varias parejas, con ropajes de procedencias exóticas. Apenas entiendo alguna de las palabras que se cruzan. La mayoría son gente oscura, incluso negra, o tienen ojos con rasgos muy afilados. Con el libro me sumerjo en otra época de efímero esplendor, un siglo durante el cual el Tajo atravesaba mucho más alto la zona de Belém. No sé dónde estoy.

Escucho acercarse a carreras a un cachorro de cocker de pelo negro, que se para junto a mis pies y me mira, hasta conseguir que le acaricie la papada. Los dueños reclaman su atención con unas extrañas palabras, que recuerdan al acento del país del que creo provenir. Serán turistas, pensé. Serán españoles. Es igual, tampoco me parece significativo. Entonces el perro se fue y seguí leyendo. Continué viviendo.


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