domingo, 11 de mayo de 2008

La respuesta fría


La calefacción se enciende en mi casa desde el mes de Septiembre hasta Mayo. Incluso, puntualmente, alguna tarde desapacible de principios de Junio o de finales de Agosto.

Mi madre es friolera y, desde que dejó a un lado la incomodidad del carbón, tiene menos reparos en atemperar los radiadores. Apuesta siempre por la abundancia (mucha comida en la mesa; la terraza llena de flores de todos los colores; mucho calor en la casa).

En Palencia hace frío. El verano del año pasado creo que cayó en miércoles. Quizá sólo sea mi impresión, pero últimamente me parece incluso más gris. Y triste. Sin ánimo de ocasionarme inquietud ni malestar, mi madre insiste en que regrese a la tierra. Sugiere, con más ironía que otra cosa, que ella misma me busca un trabajo. Mamá, ¿y qué hago yo aquí?, le suelo contestar con una dureza que no se merece, pero que me sale del alma.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

la relación con los padres siempre es demasiado matizada. creo que a ambas partes nos cuesta romper ciertas barreras que crea la situación a la que nos llevan los años. los hijos nos hacemos mayores y queremos vida propia, y los padres pueden volver a disfrutar de una vida para ellos sin tener que cuidar de nadie.
y aunque la necesidad de compañía y de estar con la otra parte es mutua, no es facil de poner en marcha. quizás porque como en un matrimonio de muchos años, ya sabemos qué es lo que nos gusta de la otra parte, pero también lo que aborrecemos.

no seas frío con ella, que tu madre es un encanto.

Anónimo dijo...

"Dime cosas"

Tantas cosas te diria, tanto tiempo. Pero en orden, ¿te parece?.

¿Que ha pasado?.

Anónimo dijo...

El otro día le contaba a mi madre que mi novio me había dejado. Nunca habría imaginado la reacción que tuvo...

Y es que una madre quiere de una manera que yo creo, no somos capaces de entender los propios hijos.

¿Entender y respetar es lo mismo? Quizás no, pero van de la mano.

Un beso.

Anónimo dijo...

Este fin de semana he hecho lo que no hacía desde pequeño y que me encantaba: pegar la oreja a la espalda de mi madre mientras me habla. En este caso me preguntó por qué estaba triste...

A veces las palbaras de una madre te hacen derrumbarte de una manera que jamás imaginarías...